Chicas adolescentes haciéndose un selfie

Presión estética: una forma de violencia silenciosa y dañina

Fue la imagen más comentada de la ceremonia de los Óscar de este año: el actor Will Smith, saltándose todos los protocolos, sube al escenario y propina un sonoro bofetón al presentador de la gala, Chris Rock.

Así respondió el actor que encarnó al Príncipe de Bel-Air al comentario que pretendía ser jocoso del conductor de la ceremonia sobre la calvicie de su mujer, también presente en la gala, la actriz Jada Pinkett.

Rock se burló de la apariencia de Pinkett, sugiriendo que su corte de cabello se debía a que iba a protagonizar a una soldado en la segunda parte de La teniente O’Neil, una película que Demi Moore rodó con la cabeza rapada a finales de la década de 1990.

Pinkett ya se había sincerado en las redes sociales sobre lo que significa vivir con alopecia, una enfermedad que conlleva la caída del cabello y que la actriz sufre desde hace años.

Más allá de la reacción violenta de Smith, totalmente reprobable, el episodio revela también otra dosis de violencia menos explícita: la ejercida sobre una persona por su apariencia física.

El incidente de la gala de los Óscar es solo un ejemplo de lo que algunos expertos han coincidido en llamar violencia o presión estética, que afecta sobre todo a las mujeres, y que es uno de los grandes males de nuestra sociedad, en la que la imagen y el culto al cuerpo están a la orden del día.

En el caso de la actriz Jada Pinkett, el foco de este tipo de violencia fue la alopecia, pero existen muchos otros, como, por ejemplo, el color de la piel, la edad y, sobre todo, el tamaño del cuerpo.

De todas estas formas de violencia hablamos a continuación, aunque nos centramos en la presión estética que se ejerce sobre las personas con cuerpos que no cumplen con los cánones de belleza establecidos.

La violencia estética contra las mujeres

La violencia estética, según la define la socióloga Esther Pineda en Bellas para morir: estereotipos de género y violencia estética contra la mujer (Prometeo Libros, 2020), es “la presión social que sufrimos las personas para cumplir un determinado prototipo estético, incluso cuando alcanzarlo supone algún riesgo para nuestra salud mental y física”.

Tal y como revela el título de su libro, Pineda afirma que la violencia estética, aunque se extiende a toda la población, afecta sobre todo a las mujeres: “Los cánones de belleza han ejercido una violencia silenciosa y aparentemente inofensiva que ha marcado el cuerpo y la mente de las mujeres a lo largo de la historia”.

También insiste en esta idea Alejandra Sánchez Yagüe, experta en mindfulness: “Existen muchas creencias alrededor de las mujeres que nos van metiendo en el cerebro desde niñas como dogmas de fe, que vamos escuchando a lo largo de nuestras vidas y que nos las vamos tragando sin rechistar”.

Para Sánchez Yagüe, “muchas de estas creencias son muy dañinas, pues nos condicionan a vivir una vida más bien limitada y llena de carencias, en la que siempre estaremos pasando un examen que nunca aprobaremos, por ser humanamente incapaces de dar la talla”.

Todo ello lo corrobora la dietista-nutricionista Azhara Nieto, que en un artículo en El País se expresaba en estos términos: “Los cánones dictan que las mujeres debemos ser delgadas. Además, se nos pide que seamos jóvenes, con una cara proporcionada, nariz perfecta (las cejas van cambiando con las modas), atractivas, de piel blanca, tersa, altas (pero no más que sus parejas masculinas, eso no estaría bien visto)”.

Nieto hace referencia también a la depilación como una forma de presión social sobre la mujer: “El vello no es algo femenino. Lo dicen los cánones, y cuando se quiere justificar este sinsentido se apela a la higiene: las mujeres con pelos en las axilas tienen una higiene en entredicho, mientras que los hombres lucen perfectos con todos sus pelos”.

Vídeo subido por la periodista y guionista Marta Llanos en Tik Tok sobre la presión estética y la depilación.

¿Qué ocurre con los hombres?

Los hombres, al igual que las mujeres, también pueden verse sometidos a la violencia estética. En este caso, los estándares de belleza consideran que el hombre ideal es aquel que tiene un cuerpo moldeado.

Aunque tampoco se puede generalizar, lo cierto es que la presión que sufren los hombres es menor, porque las supuestas faltas que hacen que no alcancen el patrón deseado se suelen minimizar.

Al contrario, es habitual considerar las canas masculinas, por ejemplo, como una muestra de experiencia y madurez, la barriguita como un signo de independencia, ya que no consideran necesario pasarse horas y horas en el gimnasio, y el pelo en el cuerpo como una prueba de hombría. En resumen, es difícil que los hombres se vean forzados a poner en riesgo su salud para verse guapos, algo que, por desgracia, sí sucede con las mujeres.

Los 4 pilares de la discriminación: sexismo, gerontofobia, racismo y gordofobia

La violencia estética se apoya en cuatro pilares discriminatorios, según la socióloga Esther Pineda: el sexismo, la gerontofobia, el racismo y la gordofobia.

#1. El canon de belleza es sexista porque se exige casi de forma exclusiva a las mujeres y se considera una condición inherente y definitoria de su feminidad. Mientras que en las mujeres la belleza aumenta su feminidad, en el caso de los hombres se percibe como que disminuye su masculinidad.

#2. La violencia estética es gerontofóbica porque, sobre todo en las mujeres, no quiere mostrar ningún rastro de madurez, envejecimiento o deterioro. La piel debe seguir lisa, sin ninguna arruga o marca, y las canas, a diferencia de los hombres, que los hacen interesantes, hay que esconderlas.

#3. El canon de belleza es racista porque, en el mundo occidental, se ha constituido a partir del color de la piel. Las mujeres negras, asiáticas, árabes, indígenas, es decir, las no caucásicas de piel clara, han sido invisibilizadas en el estándar de belleza.

#4. La violencia estética se apoya sobre la gordofobia. En el canon de belleza se rechazan, de forma sistemática y explícita, los cuerpos de grandes proporciones, que se convierten en objeto de burla y en blanco de bullying.

Dentro del paraguas de la violencia estética, la gordofobia se define como el odio, el rechazo y la violencia hacia personas con cuerpos de talla grande. Existen una serie de prejuicios que se asocian a este tipo de personas, puesto que se considera que su cuerpo y su aspecto son consecuencia de su falta de voluntad y de cuidado personal, es decir, se las culpabiliza de su condición, sin tener en cuenta que las causas de la obesidad son múltiples.

La violencia estética tiene su origen en la imposición de modelos y patrones de belleza, casi siempre inalcanzables, promocionados por los medios de comunicación, el mundo de la moda, el mercado cosmético, la industria de la alimentación, etc. Acto seguido, estos patrones se interiorizan y se transmiten en todos los ámbitos de la sociedad.

¿Una forma de violencia inofensiva?

A diferencia de la violencia física, la que se ve, como el bofetón que Will Smith propinó a Chris Rock en la gala de los Óscar, la violencia estética, al no ser explícita, parece inofensiva. Pero nada más lejos de la realidad: esta forma de violencia, aunque de forma sigilosa, es igual o más agresiva que la física.

Según la escritora Naomi Wolf, autora de El mito de la belleza (Continta me tienes, 2020), «la presión por la delgadez en las mujeres implica la realización de dietas, cuerpos débiles y mal nutridos, problemas emocionales y de salud mental, y una dedicación a tiempo completo a la estética, dejando cero espacio a la lucha por su libertad y sus derechos propios».

La presión estética genera estados de estrés, ansiedad y baja autoestima. El hecho de no “encajar” en los cánones de belleza establecidos lleva a muchas personas a someterse a dietas estrictas que comportan trastornos alimentarios, como la anorexia y la bulimia, y perjudican su integridad física y mental.

Asimismo, hay personas que se someten a cirugías estéticas para eliminar arrugas, reducir el abdomen o aumentarse el busto. De este modo, el cuerpo empieza a ser modelado en función de mandatos externos y se aleja cada vez más del aprecio por uno mismo.

La violencia estética también es uno de los motivos del acoso escolar. Su peligro es mayor porque se empieza a desarrollar a edades tempranas y tiene un impacto negativo en la identidad y la autoestima y en los cuerpos en desarrollo.

Finalmente, hay que tener en cuenta las consecuencias de la presión estética en relación con la sexualización y la cosificación de los cuerpos, sobre todo de las niñas y las adolescentes. Para llamar la atención y ser aceptadas, muchas veces se muestran en poses sexualizadas y eróticas, con el riesgo que ello conlleva para su madurez emocional.

¿Cómo combatir la violencia estética?

La violencia estética nos convierte, como sociedad, en intolerantes y discriminadores.

Tal y como señala Azhara Nieto, “ejerces violencia estética cuando das un codazo para señalar el cuerpo de alguien que pasa por la calle o cuando le dices a alguien ‘qué pena, con lo guapa que eres de cara’ o ‘tápate las canas que pareces una abuela’”.

“La sociedad somos víctima y verdugo de esta violencia —añade Nieto—, y solo denunciándola y siendo conscientes de que la ejercemos, y de que la sufrimos, podemos cambiarla”.

En este sentido, cabe destacar el Plan de acción para combatir la presión estética, lanzado por el Gobierno de Cataluña en marzo de 2022. Dicho plan se estructura en torno a cuatro ejes: publicidad, consumo y alimentación; redes sociales; cultura y medios de comunicación, y ámbito social, que incluye, entre otros, el mundo laboral y el del deporte.

Entre las primeras acciones de este plan, cabe reseñar el análisis de la aplicación de la regulación europea de tallas en las tiendas de ropa; la inclusión de contenidos educativos sobre la presión estética y sus efectos en los centros educativos; la realización de una campaña de sensibilización en las redes sociales, dirigida de manera especial a la gente joven, respecto al uso de los filtros y retoques fotográficos, y la adopción de acuerdos sectoriales con el mundo de la publicidad y de la moda, para que la representación de los cuerpos sea más diversa y se ajuste mucho mejor a la realidad.

Un buen punto de partida, sin duda, para concienciar a la población de la existencia de la violencia o presión estética y de los peligros que conlleva, y para caminar hacia una sociedad más tolerante y más justa.

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