La obesidad es una enfermedad crónica, compleja y recidivante. Hoy en día afecta a millones de personas en todo el mundo y no tiene ningún tratamiento curativo. Además, es capaz de inducir a otras dolencias, como, por ejemplo, diabetes, afectaciones cardiovasculares y algunos tipos de cáncer.
Los factores que provocan la obesidad en sus diferentes grados son múltiples y complejos. Entre estos factores no se encuentran la falta de voluntad ni la desatención en el cuidado del cuerpo de las personas que la padecen. Así pues, la obesidad no es fruto de una elección, de un vicio o de una decisión moral por parte del paciente.
La razón principal que explica que algunas personas padezcan obesidad y otras no es que las primeras tienen una mayor tendencia a acumular el exceso de energía en forma de grasa en lugar de quemarlo, como ocurre con el segundo grupo.
En la lista de causas de este desequilibrio figuran factores genéticos, metabólicos, cambios hormonales, la edad de la menopausia en las mujeres o la microbiota intestinal.
Pero además hay otro grupo de factores, que conocemos como factores contribuyentes, como son, por ejemplo, la nutrición, la actividad física, los hábitos, el estilo de vida, la falta de sueño, el estrés o el entorno en el que vivimos.
Desde que empezamos nuestra andadura hace más de tres años, en Demos el Paso hemos publicado mensualmente artículos en los que hemos abordado aspectos muy variados sobre la obesidad. En muchos de ellos hemos hecho referencia de forma tangencial a los factores que producen la obesidad, pero hasta ahora nunca habíamos dedicado íntegramente un artículo a esta cuestión.
Ha llegado, pues, el momento de explorar con más detalle qué hay detrás de la obesidad para entender mejor por qué esta enfermedad es un desafío tan complejo y a la vez tan necesario de enfrentar.
#1 Genética y metabolismo
La genética juega un papel importante en la obesidad ya que influye en la forma en que el cuerpo de una persona almacena grasa, en cómo regula el apetito y de qué manera procesa los alimentos.
En este ámbito, el responsable de la obesidad no acostumbra a ser un único gen sino varios. Así pues, la obesidad es una enfermedad poligénica en la que cada uno de los múltiples genes aporta su granito de arena para que una persona acabe teniendo un grado de obesidad determinado..
Algunas personas heredan genes que las hacen más propensas a ganar peso con facilidad o que les dificultan perderlo. Por ejemplo, algunos estudios han identificado variaciones genéticas que afectan el metabolismo y las señales de saciedad. Ello hace que las personas que presentan estas variaciones tengan hambre con más frecuencia o necesiten comer más para sentirse satisfechas.
Uno de ellos es el gen FTO (en inglés, fat mass and obesity-associated gene), que está relacionado con un mayor riesgo de obesidad, ya que influye en el apetito y la preferencia por alimentos ricos en calorías. Las personas con ciertas variantes de este gen tienden a comer más y a preferir alimentos altos en grasa.
Así mismo, algunas personas presentan una predisposición genética a tener un metabolismo más lento, lo que significa que queman menos calorías en reposo o durante la actividad física. Esto hace que les sea más difícil mantener el peso o perderlo, incluso con una ingesta calórica normal.
Por todo ello, e independientemente de la predisposición genética a engordar, es fundamental que todas las personas mantengamos unos hábitos saludables, no solo en unas épocas determinadas, sino durante todo el año.
#2 Desequilibrios hormonales
Las hormonas tienen un papel crucial en la regulación del apetito, el almacenamiento de grasa y el metabolismo. Cuando hay un desequilibrio hormonal, como ocurre en algunas condiciones de salud, puede haber una tendencia al aumento de peso.
Una de las hormonas más conocidas en este contexto es la leptina, que se produce en las células grasas y envía señales al cerebro para indicarle que estamos llenos y que debemos dejar de comer.
En personas con obesidad, sin embargo, el cerebro puede volverse menos sensible a esta hormona, un fenómeno conocido como resistencia a la leptina. Esto significa que, a pesar de tener altos niveles de leptina, el cuerpo sigue sintiendo hambre, lo que conduce a un aumento en la ingesta calórica.
Otras hormonas, como el cortisol (conocido como «la hormona del estrés») o la serotonina, también influyen en el peso.
Un exceso de cortisol, por ejemplo, puede provocar una mayor sensación de hambre y un aumento de grasa abdominal, sobre todo en momentos de estrés crónico.
También es habitual que, bajo situaciones de estrés, optemos por alimentos que nos reconfortan, que suelen ser ricos en grasas y azúcares. Este comportamiento está relacionado con la necesidad de elevar los niveles de serotonina, una hormona que mejora el estado de ánimo.
El sueño es otro factor que muchas veces se pasa por alto al hablar de obesidad. Dormir menos de lo necesario puede alterar las hormonas que controlan el hambre y la saciedad. Cuando no dormimos lo suficiente, es decir, entre siete y ocho horas diarias, la leptina disminuye y la grelina (hormona que estimula el apetito) aumenta, lo que nos lleva a sentir más hambre y a comer más de lo necesario.
Además, la falta de sueño crónica está relacionada con un aumento de los niveles de cortisol, lo que no solo incrementa el apetito, como ya hemos visto, sino que también favorece la acumulación de grasa, en especial en la zona abdominal.
En este sentido, es importante conocer estrategias para manejar el estrés y para dormir bien.
Para el estrés, es recomendable practicar técnicas de relajación como la meditación, el yoga y la respiración profunda, y desarrollar una alimentación consciente, prestando atención a las señales de hambre y saciedad del cuerpo, comiendo despacio y evitando distracciones como la televisión o el móvil durante las comidas.
Y para mejorar la calidad del sueño, hay que establecer una rutina en el momento de meterse en la cama, evitar la cafeína y las pantallas justo antes, y crear un ambiente propicio para dormir.
#3 Problemas psicológicos y emocionales
Además del estrés, del que acabamos de hablar, la ansiedad y la depresión también pueden desempeñar un papel significativo en el desarrollo de la obesidad.
Son muchas las personas que recurren a la comida como una forma de lidiar con sus emociones, en lo que se conoce como comer emocional. Esta práctica suele implicar el consumo de alimentos reconfortantes, que son ricos en grasas, azúcares y calorías, como dulces o comida rápida.
Este comportamiento puede crear un círculo vicioso: el aumento de peso debido a la sobrealimentación emocional puede generar sentimientos de culpa y baja autoestima, lo que, a su vez, aumenta el estrés o la ansiedad, y perpetúa la relación problemática con la comida.
En definitiva, la depresión y la ansiedad pueden contribuir al aumento de peso mediante una combinación de comer emocional, alteraciones hormonales, reducción de la actividad física y efectos secundarios de medicamentos.
Este proceso es complejo y varía de una persona a otra, pero es esencial abordar tanto los problemas de salud mental como los de peso de manera integrada. Trabajar con profesionales de la salud mental y nutricional puede ser clave para romper el ciclo y recuperar el equilibrio tanto físico como emocional.
#4 Afecciones, enfermedades y medicación
El hecho de padecer determinadas afecciones o enfermedades y de tener que tomar ciertos medicamentos también puede contribuir al aumento de peso y a la obesidad. Algunos antidepresivos, antipsicóticos, anticonvulsivos, esteroides y medicamentos para la diabetes o para tratar problemas hormonales, por ejemplo, pueden tener como efecto secundario la ganancia de peso.
Además, afecciones como el hipotiroidismo (cuando la glándula tiroides no produce suficientes hormonas), el síndrome de ovario poliquístico (afección endocrina que impide la correcta ovulación) y los trastornos metabólicos pueden afectar la manera en que el cuerpo regula el peso, incluso si la persona mantiene una dieta y un estilo de vida saludables.
#5 Factores socioculturales y económicos
El entorno social y cultural tiene un papel relevante en la obesidad. Las normas y expectativas sociales y las costumbres a la hora de cocinar y de comer influyen en las elecciones sobre alimentación y en los hábitos de vida.
En algunas culturas, el exceso de comida o el consumo de alimentos ricos en calorías se asocia con celebraciones, bienestar o estatus social, lo que puede favorecer un consumo excesivo.
Además, la presión social relacionada con la apariencia corporal puede generar ansiedad sobre el peso, lo que fomenta conductas poco saludables en cuanto a la alimentación, como la ingesta emocional o el seguimiento de dietas extremas que terminan en un efecto rebote.
El entorno económico también es un factor determinante en la obesidad. Las personas que viven en áreas de bajos ingresos suelen tener menos acceso a alimentos frescos y saludables, debido a la falta de establecimientos donde vendan este tipo de comida y a los altos costos de estos productos.
En cambio, los alimentos ultraprocesados y ricos en calorías suelen ser más baratos y accesibles. Esta diferencia en el acceso a opciones saludables contribuye a una dieta desequilibrada que facilita el aumento de peso.
Finalmente, las desigualdades educativas también contribuyen a la obesidad. Las personas con niveles de educación más bajos tienen menos acceso a información sobre nutrición y estilos de vida saludables. Sin una comprensión adecuada de los efectos de ciertos alimentos en la salud, es más difícil tomar decisiones informadas sobre la alimentación.
Además, la publicidad y el marketing influyen en las decisiones sobre alimentación al promocionar productos poco saludables. A pesar de que afecta a todos los estratos sociales, el impacto es mayor en aquellas personas con menos recursos o educación para cuestionar esos mensajes.
En este sentido, es importante que las administraciones asuman como prioritarias políticas para combatir la pobreza, mejorar el acceso a alimentos saludables, fomentar la educación nutricional y regular la publicidad de determinados productos.
#6 Entorno obesogénico
El entorno en el que vivimos también tiene un gran impacto en la obesidad. En muchas sociedades, sobre todo en las urbanas, tenemos a nuestra disposición una gran variedad de alimentos ultraprocesados y ricos en calorías. Estos alimentos no solo son más accesibles, sino que también son más baratos y más tentadores que las opciones saludables, como, por ejemplo, la fruta y la verdura.
Además, el estilo de vida moderno fomenta la inactividad física. El trabajo sedentario, el uso generalizado de dispositivos electrónicos y la dependencia del transporte motorizado han reducido de forma considerable el tiempo que dedicamos a la actividad física diaria.
La falta de movimiento no solo contribuye a la ganancia de peso, sino que también afecta negativamente el metabolismo, lo que hace más difícil mantener un peso saludable.
Por todo ello, es necesario que las administraciones tomen medidas para crear entornos beneficiosos para la salud y el bienestar de la población. Por ejemplo, facilitando el acceso a alimentos saludables (mercados, agricultura urbana y comunitaria…), fomentando la actividad física (zonas verdes, instalaciones deportivas…) y promoviendo el transporte activo (carriles bici, redes de senderos…).
#7 Conclusión
Hemos visto que la obesidad es una condición compleja que va mucho más allá del simple hecho de consumir más calorías de las que se gastan. Está influenciada por una combinación de factores genéticos, hormonales, psicológicos, ambientales, sociales… Entender esta complejidad es clave para abordar la obesidad de manera efectiva, tanto a nivel individual como colectivo.
Por ello, es importante no simplificar el problema ni culpar únicamente a las personas por su peso. Cada persona tiene su propio conjunto de factores que influyen en su salud y peso corporal, y la solución debe ser igualmente personalizada y multifacética.